Si escuchas hoy su voz… (ante el Día del Seminario) – Febrero 2008

//Si escuchas hoy su voz… (ante el Día del Seminario) – Febrero 2008

Queridos diocesanos:

Celebramos de nuevo el Día del Seminario, como cada año, en torno a la Fiesta de San José. En esta ocasión viene adelantado al domingo 9 de marzo, sobre todo en lo que se refiere a la Colecta Pro-seminario en las parroquias y capillas, para no hacerla coincidir con la Semana Santa. Nunca insistiremos lo suficiente sobre la importancia del Seminario en la vida de la Diócesis y de la relevancia que tiene esta celebración anual para avivar la conciencia del pueblo cristiano sobre la necesidad de las vocaciones al sacerdocio y de la corresponsabilidad de todos en la formación de los futuros sacerdotes.

No debemos olvidarlo, sin el ministerio ordenado no es posible la Iglesia, pues “el sacerdocio, junto con la Palabra de Dios y los signos sacramentales, a cuyo servicio está, pertenece a los elementos constitutivos de la Iglesia” (PDV 16). Los sacerdotes son para el servicio de todos los fieles que constituyen el pueblo de Dios, salen de la propia Iglesia y son preparados por la misma Iglesia; pero, ante todo, el sacerdote es siempre un don de Dios, que es quien elige y llama a los que quiere para ponerlos al servicio de su pueblo y es Él quien los consagra “para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre” (PDV 15). A nosotros nos corresponde colaborar, con todos los medios posibles, para que —en aquellos que Él ha elegido— la llamada de Dios no quede frustrada y podamos contar con muchos, buenos y santos sacerdotes que puedan ayudar al Pueblo de Dios a ejercitar con fidelidad y plenitud su vida cristiana, constituyendo así una Iglesia viva y misionera.

Por eso, todo lo que hacemos en el Seminario, en las parroquias, en los colegios, en los movimientos, en los grupos cristianos, etc., a favor de las vocaciones y de la formación de los futuros sacerdotes es siempre un beneficio para toda la Iglesia, pues, tanto en su origen como en su permanencia, la comunidad cristiana se sustenta en este don de Dios que es el ministerio ordenado: “Por medio del sacerdocio ministerial la Iglesia toma conciencia en la fe de que no proviene de sí misma, sino de la gracia de Cristo en el Espíritu Santo” (PDV 16). Es decir, que la vida que Cristo comunica a su Iglesia, en la Palabra y en los Sacramentos, nos la da por medio del ministerio de los sacerdotes, de ahí su importancia y necesidad para la pervivencia de la Iglesia en cualquier tiempo y lugar.

El lema elegido para el Día del Seminario de este año es una frase del salmo 94: “si escuchas hoy su voz”. ¿A quién se dirigen estas palabras y qué significan? ¿De quién es esa voz? ¿Qué nos dice esa voz? Y, “si escuchas hoy su voz”, ¿qué hay que hacer? Por el mismo salmo sabemos que “la voz” es la Dios, que habla siempre, también “hoy”, y que “si la escuchamos” no debemos endurecer el corazón, es decir no debemos hacer oídos sordos a su palabra, sino prestarle atención y hacer lo que nos pide: “si escucháis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón” (Sal. 94, 7-8). En cuanto al destinatario, esa voz se dirige a todos y a cada uno, aunque no a todos les pida lo mismo. Por tanto: Dios habla a cada persona concreta, habla hoy y quiere que le escuchemos. Como leemos en los evangelios, los verdaderos discípulos de Jesús son “los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc. 8,21) y al presentarse como el Buen Pastor dijo: Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” (Jn. 10,27). Igual que Dios “nos hace caso” cuando le hablamos, pues “cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias” (Salmo 33,18), también nosotros confiadamente debemos escuchar su voz en la seguridad de que siguiendo su Palabra no nos equivocamos nunca.

Pero, lamentablemente, no siempre es así. Todos conocemos el refrán: “No hay peor sordo que el que no quiere oír”. Y también aquello de: “Por un oído le entra y por el otro el sale”. Son expresiones que ponen de manifestó una ausencia de auténtica escucha. Escuchar de verdad supone “apropiarse” (hacer propio, tomar como asunto personal) aquello que se nos dice, es dejarse afectar, darse por aludido, implicarse de lleno, ponerlo en práctica. Como es evidente, todo lo que Dios nos dice es para nuestro bien. Podemos estar completamente seguros: Dios nunca nos dirá, ni pedirá, nada que nos perjudique, su voluntad coincide con nuestra felicidad. Admitir esto de todo corazón es el criterio fundamental para saber si tenemos fe y confiamos plenamente en Dios. El mismo Jesús nos lo dice, “el que es de Dios escucha las Palabras de Dios” (Jn. 8,47), y promete la felicidad a los que se la toman en serio: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc. 11,27). Pero, también, puesto que nos ama y quiere lo mejor para nosotros, es Dios mismo quien nos previene de las consecuencias de “hacer oídos sordos” a su voz: Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no me quiso obedecer; yo no me opuse a la dureza de su corazón, dejé que caminaran según sus antojos. ¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino! Yo le libraría en un momento de sus desgracias” (Salmo 80, 13-14).

Ahora bien, ¿de qué nos habla Dios? ¿Qué nos dice? Ciertamente la Palabra de Dios “alumbra” todas las dimensiones de la vida, hasta el punto que los creyentes decimos: “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal. 118, 105) y haremos bien, siempre y más ahora que estamos en Cuaresma, en dedicar tiempo a la escucha de la Palabra de Dios, tanto mediante la lectura de la Biblia como participando en las charlas, retiros, predicaciones, ejercicios espirituales, catequesis, etc., que se organizan en las parroquias. Seguro que nos será de gran provecho, pues como cantamos en la liturgia: “tu Palabra me da vida, confío en ti, Señor; tu Palabra es eterna, en ella esperaré”. Pero, si nos centramos en el Día del Seminario, el lema “si escuchas hoy su voz” es una llamada concreta a estar atentos a la voz Dios en relación con las vocaciones sacerdotales y la formación de los futuros sacerdotes. ¿Qué nos dice Dios, sobre esta cuestión, a nosotros los cristianos de esta Iglesia Diocesana Nivariense que vive en La Gomera, La Palma, El Hierro y Tenerife?

Ante todo, cada uno de los cristianos, hemos de “escuchar la voz de Dios” que, por medio de la Iglesia, nos recuerda la importancia y necesidad del ministerio sacerdotal, porque “los sacerdotes son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor” (PDV 15), y, consecuentemente, quiere que reconozcamos, valoremos y aprovechemos para nuestra santificación el ministerio que realizan los sacerdotes; nos pide que con nuestra oración y apoyo les ayudemos a ser buenos servidores del pueblo de Dios, que estemos atentos a sus necesidades y colaboremos en sus tareas pastorales, que estemos cercanos y les apoyemos en los momentos de dificultad… No me canso de repetirlo, el que tengamos, muchos, buenos y santos sacerdotes, además del propio sacerdote, depende de todo el pueblo de Dios.

Deben “escuchar hoy la voz del Señor”, los mismos sacerdotes que, llamados por Dios a “personificar a Cristo Cabeza y Pastor de la Iglesia”, han de llevar una vida conforme a la vocación a la que han sido llamados, tanto en su vida personal como en su ministerio. Haciéndolo así, su vida —como la de Cristo Buen Pastor— se convierte en “voz de Dios” para todos los cristianos y, particularmente en ejemplo-llamada (mediación) para que muchos niños, adolescentes y jóvenes descubran la llamada del Dios a ser sacerdotes. Por eso, el Concilio Vaticano II exhorta a todos los sacerdotes a que, usando los medios oportunos recomendados por la Iglesia, se esfuercen siempre hacia una mayor santidad, con la que de día en día se conviertan en ministros más aptos para el servicio de todo el Pueblo de Dios” (PO 12). Los sacerdotes ya han dicho “sí” a la voz de Dios, pero son conscientes de que su respuesta no es cosa de un día, ni es sólo de palabra. La voz del Señor resuena constantemente en el corazón del sacerdote, llamándole a perseverar fielmente en la realización de los compromisos adquiridos el día de la ordenación. Por la propia salvación, por la importancia y eficacia del ministerio ordenado, por el futuro de la Iglesia, por la necesidad de buenos sacerdotes que sean modelo para la comunidad y particularmente para los jóvenes, por el aumento de las vocaciones, porque ha de ser estímulo para los seminaristas, porque ha de preocuparse por “dejar alguien que le sustituya cuando él falte”…, ningún sacerdote puede pasar por alto la amplia repercusión de su ministerio, por tanto, “si escuchas hoy su voz”…

Han de estar muy “atentos a la voz de Dios” los seminaristas, del Seminario Mayor y del Seminario Menor. Ellos ya han sentido la llamada del Señor y han dado un primer paso: ir al Seminario. Allí están en proceso de discernimiento y formación para verificar, con la ayuda de los formadores, la autenticidad de la vocación e ir capacitándose para responder a la misma con una vida coherente. Cada uno —pues la llamada de Dios es personal— en su edad y nivel de formación ha de ir dando respuesta a lo que el Señor le pide, pues la vocación es un diálogo permanente de Dios con aquellos que Él llama y, con gran respeto a su libertad, progresivamente les va descubriendo el alcance de la vocación sacerdotal. Los seminaristas “escuchan la voz del Señor” cuando aprovechan todo lo que el Seminario les ofrece y dejándose guiar por aquellos que el Señor ha puesto como “mediación” para su crecimiento humano, cristiano y sacerdotal, van conformando su vida a la de Cristo, el Buen Pastor que da la vida por los demás. Todo lo que es y hace el Seminario está al servicio de esta finalidad. Es mucho el esfuerzo que se hace en nuestra Diócesis para tener un Semanario, son muchas las personas que con su trabajo, su oración, su generosidad,… mantienen viva esta institución diocesana. A todos ellos quiero agradecer su amor y dedicación a nuestro Seminario. A los seminaristas les invito a “no echar en saco roto” esta gracia de Dios y a ser prontos en responder con generosidad a la llamada de Dios, asumiendo cada uno su responsabilidad en la oración, el estudio, la vida comunitaria y las demás facetas de la formación que el Seminario les ofrece. “Si escuchas hoy su voz”…

También, deben “escuchar la voz de Dios”, sin echarse atrás, los niños, adolescentes, jóvenes y adultos que sientan interiormente la llamada del Señor a ser sacerdotes. Como nos cuenta la Biblia del joven Samuel, ante la voz de Dios, la verdadera actitud creyente no puede ser otra que la de “habla, Señor, que tu siervo escucha”. No deben acallar esa voz que resuena en su interior, rechazándola sin mediar ninguna reflexión y sin consultarlo con quienes nos pueden ayudar. No hay porque asustarse, Dios llama a quien quiere, a cualquier hora y a cualquier edad de la vida, da igual que uno sea niño, joven o adulto y, aunque nos parezca difícil o imposible, aunque creamos que no valemos o no somos capaces, si Él nos llama es Él quien lo hará posible. Tenemos que pedir insistentemente al Señor para que ninguno de los que creemos en Él seamos sordos a su llamada.

A fin de cuentas la vocación al sacerdocio no es una opción que uno escoge a su gusto, sino una iniciativa del Señor que nos elige a nosotros y nos llama a ser sacerdotes. Ante esta llamada podemos decir “sí, cuenta conmigo”, como hizo la Virgen María y como hicieron los apóstoles, y tantos otros a través de la historia de la Iglesia, o podemos decir “no” y marcharnos por otro camino, como hizo el Joven Rico del Evangelio y tantos otros que escucharon la voz del Señor y endurecieron el corazón. No hay que temer. Nadie como Dios sabe lo que más nos conviene, por eso, confiados en Él —como tantas veces les digo a los chicos y chicas al recibir la Confirmación— a la hora de plantearse lo que queremos ser de mayores, preguntemos una y otra vez, hasta que lo tengamos claro: “Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Qué quieres que yo sea?”. Con la oración y la ayuda de nuestra familia y de otras personas de confianza, podemos estar seguros que, tarde o temprano, conoceremos lo que el Señor quiere de nosotros y, si su voluntad es que seamos sacerdote, u otra vocación especial en la Iglesia, entonces, “sí escuchas hoy su voz”…

Asimismo, las familias cristianas deben “escuchar la voz del Señor” cuando perciben que uno de sus miembros es llamado al sacerdocio, aunque sea el único hijo. De hecho ya lo hacen las familias de los actuales sacerdotes y seminaristas que, no sin sacrificio, respetan la vocación de sus hijos y les apoyan para que puedan responder con generosidad a la llamada del Señor. En nombre de toda la Diócesis doy gracias a Dios por ello y expreso también mi gratitud a tantas familias que no sólo han permitido y permiten que sus hijos sigan la vocación al sacerdocio, sino que colaboran eficazmente para que, si esa es la voluntad de Dios, lleguen a ser buenos y santos sacerdotes.

Pero, para que esta “voz de Dios” encuentre eco, tanto en quien es llamado al sacerdocio como en su familia, es necesario que los hogares cristianos sean cada vez más “iglesia doméstica” donde —de acuerdo con el plan de Dios— se vive la unidad en el amor y se da paso a la vida, donde se educa y se vive la fe, donde las nuevas generaciones son de verdad iniciadas en la fe cristiana, pues donde no arraiga la fe es muy difícil —aunque no imposible— que surja una vocación. Si Jesucristo no significa nada para un niño, un adolescente, un joven, un adulto, es impensable que la llamada “ven y sígueme”, que Jesús hizo a los Apóstoles y a tantos otros a través de la historia, sea percibida y mucho menos que encuentre acogida en el corazón humano. Por eso, el lema del Día del Seminario, “si escuchas hoy su voz”, es para las familias una llamada a vivir su propia vocación cristiana con plenitud, como base y posibilidad para que entre sus miembros surgen vocaciones al sacerdocio o a la vida consagrada y, también, para la perseverancia de aquellos que ya han sido llamados y están en el Seminario o en casas de formación.

En fin, estar atentos a “la voz de Dios”, y más en concreto a lo que Dios nos pide en relación con el Seminario y las vocaciones sacerdotales nos compete a todos, y a todo lo que configura la Iglesia Diocesana: las personas e instituciones, los órganos de planificación pastoral y las mismas acciones pastorales,… Nadie debe hacer oídos sordos a la “voz del Señor” que nos hace oír su voz en nuestra situación actual (con sus posibilidades y dificultades) y nos llama a valorar, proclamar y promover el “Evangelio de la vocación sacerdotal”. Pero esta llamada se dirige especialmente y más en concreto, a los que tienen responsabilidad en el ámbito educativo: los padres, los sacerdotes, catequistas, profesores,… quienes, conscientes de que la vocación sacerdotal surge de la confluencia entre la llamada de Dios y la respuesta de la persona, han de propiciar en las nuevas generaciones el encuentro con Dios y animarles a estar atentos a lo que el Señor les pide, e incluso, —respetando la libertad personal— atreverse a proponerles con entusiasmo y como algo que merece la pena la posibilidad de que el Señor les llame al sacerdocio. Dios se vale —casi siempre— de otras personas para manifestarnos su voluntad y, por tanto, también se sirve de nosotros para llamar a algunos al ministerio sacerdotal. El nos llama a ser “instrumentos” para hacer oír su voz en otros.  Así que, “si escuchas hoy su voz”… Es una enorme responsabilidad. Por tanto, sabiendo que es Él quien llama y nos encarga esta misión, no permitamos que por nuestra desidia, temor, pasividad o indiferencia, alguien quede privado de oír la llamada del Señor que le invita a ser “pescador de hombres”.

Por último, a lo que sin ninguna duda nos llama el Señor a todos, es a “orar al dueño de la mies para envíe obreros a su mies” (Mt. 9,37), porque el trabajo es mucho y los operarios pocos. La vocación sacerdotal es un regalo del Señor que debemos pedir constante y confiadamente para que no falten en su Iglesia ministros que, dando su vida por Dios en servicio a los hermanos, “personifiquen a Cristo Cabeza y Pastor de la Iglesia”. Unamos a nuestra oración la generosidad de nuestros donativos para ayudar al sostenimiento del Seminario y de su misión de formar los sacerdotes que un día serán nuestros párrocos. “Si escuchas hoy su voz”…

Con todo afecto y gratitud, les bendice en el Señor,

 

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense

2017-07-18T10:44:56+00:00noviembre 9th, 2015|De parte del Obispo|0 Comments
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