Con la Semana Santa llega la época del año en que la Iglesia celebra los misterios de la salvación realizados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su entrada triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos y terminando por su, también triunfal, resurrección el Domingo de Pascua, después de haber pasado por la pasión, la muerte y la sepultura, que ocupan los días del Jueves, Viernes y Sábado Santo.
La celebración de la Semana Santa tiene un gran arraigo en todas las ciudades y pueblos de nuestra Diócesis Nivariense. Esto se ha conseguido gracias a la fe y el esfuerzo de muchos cristianos a través de varios siglos. Cristianos de ayer y de hoy que, con naturalidad casi espontánea, en las celebraciones litúrgicas, en las procesiones, en los monumentos, en los via crucis…, armonizan la solemnidad de los actos con el recogimiento y la expresión externa con la vivencia interior.
Aunque en la sociedad contemporánea la Semana Santa haya adquirido unas connotaciones sociológicas y culturales ajenas a su genuino sentido cristiano, no podemos olvidar que una Semana Santa digna de tal nombre es una celebración estrictamente religiosa, en la que los cristianos celebramos la salvación que Dios nos ofrece en la persona de Jesucristo, su propio Hijo hecho hombre. Y lo hacemos, principalmente, participando en los actos litúrgicos que tienen lugar en las parroquias y demás iglesias (misas, confesiones, predicaciones…; actos en los -como de una fuente- bebemos la salvación de Cristo. Y, además, como prolongación de la vivencia litúrgica, salimos a la calle llevando en procesión las imágenes del Señor, de la Virgen y de otros personajes de la pasión, con lo que manifestamos e incrementamos nuestro espíritu religioso y, a la vez, damos a conocer los misterios de nuestra fe a los que no creen.
En la mayoría de nuestros pueblos y ciudades continúa siendo muy intensa la participación del pueblo en los diversos ritos de la Semana Santa. En muchos de ellos se muestran todavía señales de su origen en el ámbito de la piedad popular y perviven, entre nosotros, como un patrimonio espiritual de primer orden para expresar y transmitir la fe a las nuevas generaciones. Prueba de ello son los monumentos de Jueves Santo, las celebraciones del Via-crucis en la madrugada del Viernes Santo, así como las numerosas procesiones en la que, mediante las imágenes que representan los distintos momentos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, las hermandades y cofradías, junto con multitud de fieles, hacen memoria de aquellos acontecimientos de la última semana de la vida de Cristo y, desfilando por las calles, expresan públicamente su fe en que todo aquello que representan los pasos procesionales lo vivió Jesucristo por nosotros y por nuestra salvación.
En la Semana Santa celebramos la memoria viva de los últimos días de la existencia histórica de Jesucristo, es decir, los días su Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección. Decimos memoria viva, porque no se trata de un mero recuerdo o representación teatral de aquellos sucesos, sino de la meditación y contemplación de los mismos. Para un corazón creyente hacer memoria de Jesucristo es entrar en relación personal con Él. Por eso, les invito a vivir la Semana Santa en su verdadero sentido religioso, como expresión profunda de la fe que hemos recibido y como testimonio para las nuevas generaciones y para tantas personas, poco o nada creyentes.
La celebración de la Semana Santa tiene como finalidad concreta ayudar a cada persona a encontrarse con la persona viva de Jesucristo, porque sólo El es el camino nos lleva hacia Dios, sólo El es la verdad que nos hace libres, sólo El es la vida que nos colma de alegría. Como decía San Pablo, refiriéndose a Cristo, me amó y se entregó por mí. Es decir, lo acontecido en la vida de Jesucristo trasciende el tiempo y tiene que ver con nuestra vida actual. Por eso profesamos con fe firme que por nosotros y por nuestra salvación fue crucificado, en tiempos de Poncio Pilato, padeció, murió, fue sepultado, y resucitó al tercer día. Lo que Cristo hizo, dijo y vivió lo llevó a cabo en favor de todo ser humano de cada tiempo y lugar, también de nosotros hombres y mujeres de hoy. Esto es lo que da verdadero sentido y valor a todo lo que hacemos en Semana Santa.
¿Cómo celebrar la Semana Santa con provecho? El mismo Jesucristo dijo: Quien tenga sed que venga a mí y beba y, también, a todo el que venga a mí yo no lo echaré fuera. La mejor forma de celebrar la Semana Santa es tener un encuentro personal con Jesucristo, que está allí dónde se proclama su Palabra y se celebran los Sacramentos, y dónde se ama al prójimo: en las celebraciones litúrgicas, en el monumento, en los via crucis y procesiones… y también en las personas, sobre todo en las que sufren.
Celebramos la Semana Santa para crecer y madurar como cristianos, para hacer posible, cada vez más, que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Él que por nosotros murió y resucitó. Y así, por Él, con Él y en Él, vivir para los demás. Les invito a no dejar pasar la nueva oportunidad que nos ofrece esta Semana Santa para acercarnos a Cristo y sacar agua con gozo de la fuente de la salvación.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense