«Algunos griegos, acercándose a Felipe, le rogaban: Queremos ver a Jesús. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn. 12, 20-24)
De nuevo, como cada año, llega el tiempo de la Semana Santa. Llega la época del año en que la Iglesia celebra los «misterios de la salvación» realizados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su «entrada triunfal» en Jerusalén el Domingo de Ramos y terminando, también, con su triunfal resurrección el Domingo de Pascua, después de haber pasado por la pasión, la muerte y la sepultura, que ocupan los días del Jueves, Viernes y Sábado Santo.
Todo esto los cristianos lo vivimos en las celebraciones litúrgicas en los templos y, también, con las manifestaciones públicas en las calles mediante las procesiones, vía-crucis, etc. Son unos días intensos que nos permiten afianzar nuestra fe y expresarla públicamente ante la sociedad.
En medio de todo, lo importante es encontrarnos personalmente con Jesucristo y experimentar los frutos de su redención, pues Él, “por nosotros y por nuestra salvación, padeció, murió, fue crucificado y resucitó”. Celebrar la Semana Santa es acercarnos a Jesucristo y pedirle perdón por nuestros pecados en el Sacramento de la Penitencia; es participar en la Comunión de su Cuerpo y Sangre, que es alimento que nos fortalece y bebida que nos purifica; es unirnos a Él con nuestros sufrimientos y así experimentar su fortaleza y consuelo; en fin, es gozarnos en su resurrección, “porque en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección hemos resucitado todos”.
Encontrarnos con Cristo. Hemos elegido como lema para este año, el deseo de unos griegos que se interesaron por Jesús, poco después de su Entrada Triunfal en Jerusalén. A uno de los apóstoles, Felipe, le dijeron: “Queremos ver a Jesús”. Es decir, queremos encontrarnos con Él. Cuando se lo comunican a Jesús, Él -sabiendo lo inminente de su pasión, muerte y resurrección- respondió diciendo: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn. 12, 23-24).
Hermosa comparación para expresar que su pasión y muerte no iba a ser un fracaso o algo inútil, sino que, por el contrario, iba a producir fruto abundante. Un grano de trigo se siembra y muere, pero de allí surge una planta que produce una espiga con muchos granos. Cual grano de trigo, Cristo murió, pero al resucitar no sólo resurge Él, sino que con Él nacemos todos nosotros, pues nos constituye hijos de Dios y hermanos suyos. Como proclamamos en la liturgia: “él mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida”.
Ahora bien, para alcanzar esta nueva vida, también nosotros tenemos que morir al pecado y adherirnos a la voluntad de Dios. Él no anula nuestra libertad, sino que cuenta con nuestra voluntad para realizar su obra en nosotros. Por eso, Jesús, después de hablar del grano de trigo que muere y da fruto, nos dice a todos: “El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se desprende de sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna” (Jn. 12, 25). Todos necesitamos poner en práctica estas palabras de Jesús, que son muy parecidas a las que dijo en otra ocasión: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará». (Luc. 9, 23-24).
«Queremos ver a Jesús», encontrarnos con Él. Dios quiere que este sea nuestro deseo más profundo para esta Semana Santa de 2022. Esta es la mejor actitud para vivir la Semana Santa, para entrar de verdad en ella. Deseamos encontrarnos con Jesús para fortalecer nuestra fe, para creer con más fuerza y vivir con más fidelidad y plenitud nuestra vida cristiana. La Semana Santa es una oportunidad especial para renovar nuestra fe en Jesucristo, el único Salvador.
Para ello, debemos dedicar tiempo para acercarnos a Jesús, para buscarlo mediante la oración, para adentrarnos en el misterio de su entrega -en el sacrificio de la cruz- por amor a todos y a cada uno en particular. Necesitamos encontrarnos con Jesús para comprender plenamente el sentido de nuestra vida, el misterio de la muerte, del dolor, del sufrimiento. Necesitamos encontrarnos con Jesús para experimentar que Él es «el cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn. 1,29). Necesitamos encontrarnos a Jesús para que, como San Pablo, podamos afirmar: «Mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal. 2,20).
En fin, necesitamos encontrarnos con Jesús, para comprender que su entrega es voluntaria, querida, consciente: «Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente» (Jn. 10,18). Él la podría evitar, pero hay una motivación profunda que le lleva a aceptarla: el amor a sus hermanos, a cada persona, y la obediencia al Padre. Entrega su vida para redimir a los pecadores, sabiendo que la retomará de nuevo en la resurrección.
Esta actitud de Cristo, de estar siempre pronto a cumplir la voluntad del Padre, por amor, es una de las grandes certezas que iluminan la vida del cristiano. Quienes creemos en Cristo tenemos la tarea de identificarnos con la voluntad de Dios, con plena confianza en él. Esto lo hacemos, no de mala gana, sino con amor y buena voluntad, como correspondencia al amor con que Dios nos ha amado. Porque él nos ha amado totalmente, también nosotros podemos demostrarle nuestro amor en la entrega de nuestras vidas para cumplir su voluntad.
En la celebración de la Semana Santa, reconociendo por la fe lo que Jesús hace por nosotros, manifestamos nuestra gratitud a Dios Padre, «que tanto amó al mundo, que entregó a su Hijo, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn. 3,16-17).
Dejemos que la salvación de Cristo nos alcance plenamente. En la Semana Santa no somos espectadores, sino protagonistas, pues, por la fe estamos unidos a Cristo y, además de ser salvados por Él, participamos en su misión salvadora en favor del mundo entero.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense