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Feliz Navidad y mis mejores deseos para el nuevo año 2006
24 de diciembre de 2005
La liturgia de la Iglesia católica en el día de Navidad comienza con estas palabras: “Hoy brilla una luz sobre nosotros porque nos ha nacido el Señor”.
La luz, en efecto, es un rasgo distintivo de la Navidad. De hecho nuestras calles “se iluminan con miles de bombillas”. Son unos días en los que queremos verlo todo iluminado. Eso es señal de que a todos nos gusta la luz y queremos vivir en la luz. Queremos que la luz prevalezca sobre la oscuridad. La experiencia que hemos vivido en Tenerife, con el apagón provocado por las secuelas del huracán “Delta”, nos ha hecho sentir aún más lo importante que es “la luz”.
Porque, más allá de su dimensión funcional (ver y distinguir las cosas y los colores), la luz es un símbolo que evoca una realidad que afecta a lo íntimo del ser humano: me refiero a la luz del bien que vence al mal, la luz del amor que supera al odio, la luz de la verdad que disipa la oscuridad del error, la luz de la vida que vence a la muerte. Se suele decir que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, porque aunque tiene los ojos muy sanos está ciego en su corazón para captar los valores. Le falta luz interior para comprender el sentido profundo de las cosas o para conmoverse ante el prójimo necesitado.
Todos tenemos necesidad de encontrar “la luz que ilumine nuestra vida por dentro”. Sin esa luz estamos en la oscuridad y en las tinieblas del error, del pecado, de la muerte… y somos incapaces de caminar por las sendas que llevan a la paz y a la felicidad. ¿Dónde encontrar la luz que nos salva?
La Navidad hace pensar en esta luz interior, y nos habla de la luz divina que nos envuelve con su claridad. Como dice la primera lectura de la misa de Nochebuena: “el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, a los que habitaban en sombras de muerte una luz les brilló”; y a los mismos pastores, nos dice el evangelio de San Lucas, “la gloria del Señor les envolvió con su luz”. Una claridad que les impulsó a ir al encuentro del niño y reconocer en Él al Mesías, al Salvador, a Cristo el Señor, a pesar de haberse encontrado simplemente con una frágil criatura colocada en comedero de animales (en un “dornajo”, como decimos en La Palma).
Eso es lo que deseo y pido para todos, que la luz de Cristo nos envuelva con su claridad, que todos nos sintamos pastores y hagamos caso de lo que dice el villancico popular: “pastores venid, pastores llegad, a adorar al niño que ha nacido ya”, porque ese niño es el centro de la Navidad. Él es la luz que Dios nos envía para alumbrar a las naciones.
Al ver las calles y plazas de nuestras ciudades adornadas con luces resplandecientes, recordemos que estas luces evocan otra Luz, invisible para nuestros ojos, pero no para nuestro corazón. Al contemplarlas, al encender las velas de las iglesias o las luces del Nacimiento y del árbol de Navidad en nuestras casas, que nuestro espíritu se abra a la verdadera luz espiritual traída a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: “Hoy brilla una luz sobre nosotros porque nos ha nacido el Señor”.
Pido al Hijo de Dios, concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María, que nos envuelva con su luz e ilumine las oscuridades de nuestra vida personal y social.
Le pido que ilumine a las familias, que es donde principalmente se realiza nuestra existencia con sus gozos y tristezas. Es en la familia donde más se experimentan esas oscuridades que hacen más difícil nuestra vida: los problemas de la salud, la dificultad en relaciones personales, de falta de trabajo, la educación de los hijos, de atención a los mayores…
Pido al Hijo de Dios hecho hombre, que ilumine a nuestras autoridades. Ellos llevan el peso de la sociedad y necesitan la luz que nos trae Cristo, “Consejero Admirable” y “Príncipe de la Paz”, para que acierten en sus decisiones a favor del bien común.
Pido la luz de Cristo para los más pobres y necesitados, para lo que viven en la calle o en condiciones inhumanas, para los inmigrantes abandonados a su suerte, para los que sufren por tantas situaciones de dolor (desde las enfermedades incurables hasta el olvido y abandono de los suyos, pasando por la violencia doméstica, la drogodependencia, la falta de trabajo…).
Pido la luz de Cristo para los que están en las cárceles y para todos los que tienen que estar lejos de sus familias y que estos días experimentan el dolor de no poder compartir con los suyos estas entrañables fiestas.
Pido la luz de Cristo para quienes viven en la ignorancia y el error que les incapacita para conocer la verdad y el bien. Todos aquellos que, creyendo hacer un bien y actuando con buena intención, sin embargo están equivocados y hacen un daño enorme.
Pido luz para todos los que participamos directamente en la misión de la Iglesia (los obispos, los sacerdotes, los catequistas, los visitadores de enfermos, los equipos de liturgia, los que trabajan en cáritas…). Nosotros, más que nadie, estamos llamados a ser portadores de la luz de Cristo. La Navidad también nos interpela a nosotros, con aquellas palabras de Paul Claudel: “Vosotros los que veis, ¿qué habéis hecho con la luz que habéis recibido?”. Acojamos más plenamente la luz de Cristo para que, a través de nosotros, se refleje sobre los demás.
Una noche, hace dos mil años, un mensaje fue dirigido a los pastores: “Les anuncio una gran alegría: ha nacido un Salvador, que es el Cristo, el Señor”. Muchas noches han pasado desde aquella noche y, no obstante, la Iglesia nos llama a celebrar el “hoy eterno” de la Navidad y a dejarnos envolver de nuevo por el mensaje y el canto de los ángeles. Muchas noches han pasado desde entonces y, sin embargo, también nosotros hoy, estamos llamados un año más a celebrar en la fe y a vivir en primera persona, junto con toda la Iglesia, el misterio de aquella noche.
Finalmente con palabras del Papa, les digo a todos los cristianos: “Al celebrar con alegría el nacimiento del Salvador, en nuestras familias y en nuestras comunidades eclesiales, mientras una cierta cultura moderna y consumista intenta hacer desaparecer los símbolos cristianos de la celebración de la Navidad, asumamos todos el compromiso de comprender el valor de las tradiciones navideñas, que forman parte del patrimonio de nuestra fe y de nuestra cultura, para transmitirlas genuinamente a las nuevas generaciones”.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense