Hoy es Sábado Santo – 15 de abril de 2006

//Hoy es Sábado Santo – 15 de abril de 2006

Hoy es Sábado Santo

15 de abril de 2006

En la Iglesia católica el Sábado Santo es un día “a-litúrgico”, es decir, un día en el que no se reúne la comunidad cristiana ni hay celebraciones, sin embargo, no por ello queda fuera de la Semana Santa, sino que tiene su peculiar significado dentro de ella: “Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y el ayuno su Resurrección” (Directorio de Piedad Popular, n. 146).

Este miércoles pasado, el Papa Benedicto XVI, resumía así el sentido de este día: “En el Sábado Santo la Iglesia, al unirse espiritualmente a María, permanece en oración ante el sepulcro, donde el cuerpo del Hijo de Dios yace inerte como en una condición de descanso tras la obra creativa de la redención, realizada con su muerte”.

Es el día de la meditación y silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar de las iglesias está despojado. El sagrario, abierto y vacío. La Cruz sigue entronizada desde ayer, desnuda porque de ella fue descolgado Jesús y colocado en el sepulcro. La única actividad en nuestras parroquias es preparar el templo para celebrar la Vigilia Pascual, se ensaya el aleluya y los cantos, pero en voz baja.

Es el día de la ausencia. Día de dolor, de reposo, de soledad, de esperanza. El mismo Cristo está callado. Después de su última palabra en la cruz “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” ahora Él calla en el sepulcro. Descansa: “consummatum est”, “todo se ha cumplido”.

Pero no es un día vacío en el que “no pasa nada”. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona.

El Sábado Santo está en el corazón mismo del “Triduo Pascual” que comenzamos en la tarde-noche del Jueves Santo. Entre la “muerte” del Viernes Santo y la “vida” del Domingo de Resurrección, hoy nos detenemos en el sepulcro. Estamos en un “día puente”. Son tres aspectos de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: “muerto, sepultado, resucitado”.

El actual Catecismo de la Iglesia Católica lo explica así: “Por la gracia de Dios, Cristo gustó la muerte para bien de todos”. En su designio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente “muriese por nuestros pecados”, sino también que “gustase la muerte”, es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que El expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero” (Catecismo, n. 624) .

Dentro de la variedad de expresiones que la piedad popular del pueblo cristiano ha ido construyendo para expresar su fe, en torno al Sábado Santo ha desarrollado el ejercicio de la “Hora de la Madre”, es decir, hacer memoria, contemplar y unirse con devoción a la “Virgen de la Soledad” y la “Virgen de la Esperanza”: “mientras el cuerpo del Hijo reposa en el sepulcro y su alma desciende a los infiernos para anunciar a sus antepasados la inminente liberación de la región de las tinieblas, la Virgen, anticipando y representando a la Iglesia, espera llena de fe la victoria del Hijo sobre la muerte (Directorio, n. 147).

No se puede entender el Sábado Santo sin pensar en la Virgen María; es como la prolongación natural del “stabat mater” (“Junto a la cruz de Jesús está su madre”). Ella con dolor de la Madre de un condenado que resiste mientras tiene ante sus ojos o entre sus brazos al hijo muerto, pero que se queda sin nada cuando se ha depositado en el sepulcro al hijo de sus entrañas y al Dios de su vida entera.

El Sábado Santo en un día para fijarnos en María, la discípula que conservaba en su corazón las palabras del anciano Simeón, que le profetizó que Cristo sería signo de contradicción y una espada traspasaría el alma, y que también conocía las palabras de su Hijo: “al tercer día resucitaré”. Lo que los discípulos habían olvidado, María lo conservaba en el corazón: la profecía de la resurrección al tercer día. Y María esperó hasta el tercer día.

Por eso, en este día, quienes creemos en Jesucristo, quienes formamos su Iglesia, queremos estar ante la tumba que acoge su cuerpo muerto (que es paradigma de todos los sepulcros que ha habido y habrá), como los estuvo su Madre la Virgen María: En silencio ante el misterio de la muerte, pero esperando que Dios actúe y haga brillar su luz en medio de las tinieblas, esperando que la vida triunfe sobre la muerte.

En fin, como los demás días la Semana Santa, el Sábado también tiene que ver con nosotros y con nuestra salvación pues, como confesamos en el Credo, Cristo murió, fue sepultado y resucitó por el bien de todos.

Sábado Santo, “un día puente” por el que avanzamos con fe hacia noche de “la solemne Vigilia Pascual, durante la cual en cada Iglesia se elevará el canto gozoso del «Gloria» y del «Aleluya» pascual del corazón de los nuevos bautizados y de toda la comunidad cristiana, feliz porque Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte” (Benedicto XVI) y porque “en su resurrección hemos resucitado todos”.

† Bernardo Álvarez Afonso

         Obispo Nivariense

2017-07-18T10:44:56+00:00noviembre 9th, 2015|De parte del Obispo|0 Comments
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