Queridos Diocesanos:
Aunque nos parezca extraño, hay que decirlo: “¡Es Semana Santa! Acuérdate de Jesucristo Resucitado”. Ciertamente, puede resultar fuera de lugar este llamamiento porque, si la Semana Santa está toda ella centrada en la Muerte y Resurrección de Jesucristo, ¿qué otra cosa podemos hacer estos días sino “acordarnos de Jesucristo”? Sin embargo, es muy pertinente hacer esta llamada a todos los que nos disponemos a celebrar de nuevo la Semana Santa, porque no se trata de un simple recuerdo y representación de aquellos acontecimientos que vivió Jesús en la última semana de su existencia terrestre, ni de contentarnos con ser “actores” o “espectadores” en las distintas celebraciones y procesiones, sino buscar lo más importante que es “ser nosotros mismos memoria viva de Jesucristo”.
En consonancia con las orientaciones de nuestro Plan Diocesano de Pastoral, en la Semana Santa vamos a poner especial empeño para hacer realidad nuestro lema: “Haz memoria de Jesucristo Resucitado”. Como ya indicamos en la introducción al Plan, «hacer memoria» de alguien, lo mismo que «recordarle», significa «tenerle presente». La palabra «recordar» viene del latín «recordari», formado por «re» (de nuevo) y «cordis» (corazón). No es sólo tener a alguien presente en el pensamiento, sino que implica también «volverle a traer al corazón». Al hacer memoria, «la mente y el corazón» van unidos. Acordarse de alguien es pasarlo de nuevo por el corazón, de ahí que el hacer memoria de alguien no nos deja nunca indiferentes, por el contrario provoca unos afectos (positivos o negativos) hacia la persona recordada, que nos impulsan a tomar postura y a actuar de un modo determinado en relación con ella.
Por eso, «hacer memoria de Jesucristo», hacer presente su vida y su palabra, «traerle de nuevo al corazón», no es algo neutro o que simplemente provoque una emoción pasajera, sino que se traduce en una empatía con los pensamientos y sentimientos de Cristo y se convierte en una fuerza interior que lleva a conformar la propia vida con la suya. “Traer de nuevo a Jesucristo a nuestro corazón”, ésta, y sólo ésta, debe ser la meta que debemos proponernos conseguir en todo lo que hacemos en Semana Santa.
Como ha ocurrido, ininterrumpidamente, desde la predicación de los apóstoles hasta nuestros días, el núcleo de la fe cristiana está en la “memoria viva” de la Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección de Jesucristo, que es justamente lo que celebramos estos días, no como un acontecimiento del pasado, sino como algo que nos afecta personalmente pues tiene que ver con nuestra fe actual. Al celebrar la Semana Santa, los cristianos de hoy proclamamos lo mismo que San Pablo: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras” (1Cor. 15,3-4). Es decir, los cristianos no sólo afirmamos que Cristo murió, cosa que admiten incluso quienes no creen en El, pues para eso no hace falta la fe. Los que tenemos fe en Jesucristo creemos que “murió por nuestros pecados” y, además, creemos que resucitó y que resucitando nos dio nueva vida.
Querido hermano en la fe, donde quiera que celebres la Semana Santa “haz memoria de Jesucristo Resucitado”. En medio de las solemnes celebraciones, de los artísticos y vistosos pasos procesionales, de la magnificencia de los monumentos, de los vía-crucis y sermones de las siete palabras, de los ordenados desfiles de las hermandades y cofradías, no pierdas de vista la razón de todas esas manifestaciones religiosas: En la Semana Santa celebramos que “Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvados- y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús” (Ef. 2,5-6).
Querido hermano, que quizás no participas de la fe cristiana, o que te sientes alejado de ella, o que has abandonado la práctica de la misma… pero que estos días observas los desfiles procesionales y lo que hacen los cristianos, aunque no lo sepas o lo hayas olvidado: Cristo murió y resucitó por todos para conducirnos a Dios. “Por todos”. Nadie está excluido de su amor y su perdón. Ni siquiera Pedro que le negó, ni Judas que le traicionó, ni los que le condenaron a muerte, ni los que le crucificaron… Ni siquiera tú y yo —que a veces nos portamos como ellos— somos rechazados por Cristo. Por eso, me atrevo a decirte que en todo eso que hacemos los cristianos en la Semana Santa, y que tu observas por curiosidad o por gusto estético, estamos haciendo “memoria de Jesucristo Resucitado” y que —aunque tú no le busques ni tengas interés por El— a través de todo lo que contemplas Dios mismo sale a tu encuentro, para poner en práctica lo que ha hecho siempre: «Me he hecho encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: “Aquí estoy, aquí estoy” a gente que no invocaba mi nombre. Alargué mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde que sigue un camino equivocado en pos de sus pensamientos» (Is. 65,1-2).
Quienes hemos conocido y creído en Jesucristo, vamos a “traerlo de nuevo a nuestro corazón”, vamos a procurar que esta Semana Santa sea de verdad “memoria de Jesucristo Resucitado”, vamos a reavivar nuestra fe en El y en los beneficios de su muerte y resurrección. Vamos a proclamar con los labios, con el corazón y con la vida, este canto litúrgico:
Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos.
El es nuestra salvación,
nuestra gloria para siempre.
Si con él morimos, viviremos con él;
sin con él sufrimos, reinaremos con él.
En él nuestras penas, en él nuestro gozo;
en él la esperanza, en él nuestro amor.
En él toda gracia, en él nuestra paz;
en él nuestra gloria, en él la salvación.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense