Día del Seminario 2014 – Marzo 2014

//Día del Seminario 2014 – Marzo 2014

La alegría de anunciar el Evangelio

Carta Pastoral con motivo del Día del Seminario 2014

Queridos diocesanos:

La celebración anual del “Día del Seminario”, en esta ocasión el 15 y 16 de marzo, nos invita a poner la atención en esta institución diocesana en la que se forman los futuros sacerdotes que han servir al pueblo de Dios en las parroquias y otros ámbitos de la misión de la Iglesia como los hospitales, servicios de Cáritas, centros educativos, tanatorios, los centros penitenciarios, etc.

Poner nuestra atención en el Seminario diocesano es valorar su tarea y apoyarlo con la oración y la ayuda económica. Hay Seminario porque hay seminaristas, es decir, adolescentes y jóvenes que sintiendo la llamada de Dios al sacerdocio dan un paso adelante y deciden ponerse a punto para vivir “conforme a la vocación a la que han sido llamados”.

Lo primero es la iniciativa de Dios que elige a las personas, por eso hemos de orar para que los jóvenes cristianos se abran a la llamada de Dios, le respondan con generosidad y encentren apoyo en su familia y en la comunidad cristiana. El Seminario está al servicio de la vocación al sacerdocio y, dada su misión formativa, necesita medios materiales para el mantenimiento del edificio, la estancia de los seminaristas, el profesorado y los demás medios educativos. De los frutos que produce el Seminario se beneficia la Diócesis entera, por eso, todos debemos participar en la promoción de las vocaciones y en la tarea de la formación de los sacerdotes.

Este año, teniendo como referencia la sencillez y alegría del Papa Francisco, así como su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el lema elegido es “La alegría de anunciar el Evangelio”, es decir, que “alegría” y “evangelio” son dos realidades que van juntas y se alimentan mutuamente: el Evangelio nos produce alegría y, a su vez, esta alegría nos impulsa a evangelizar. Por eso, la vocación sacerdotal, que nace del Evangelio y para su anuncio, está directamente relacionada con la alegría y el deseo de ser feliz que anida en el corazón de cada uno. Sentir la vocación sacerdotal y responder a ella colma el corazón de alegría (gozo y paz interior, satisfacción, dicha y contento). Esa es la señal de que se está en el buen camino.

El anhelo de ser feliz está arraigado en lo más profundo del corazón humano. La felicidad se experimenta como una necesidad fundamental. Entre los elementos que configuran “una vida feliz”, la alegría ocupa un lugar preeminente. “La persona humana está hecha para la alegría, no se puede vivir largo tiempo sin alegría” (Aristóteles). La alegría es un bien del que todos debemos disfrutar constantemente, debe ser una cualidad permanente de nuestra vida. “Estad siempre alegres” nos dice San Pablo.

Por otra parte, la alegría posee un dinamismo vital que activa las actitudes y comportamientos más nobles del ser humano. “La alegría de vivir es el más grande poder cósmico”, decía Theilhard de Chardin. Y el propio Beethoven, en el cuarto movimiento de su Novena Sinfonía, proclama los excelentes frutos que produce la alegría: “¡Alegría!,… Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado, todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave”.

Sin embargo, experimentar la alegría constituye un desafío en la sociedad moderna. A pesar de todas las posibilidades de “bien-estar” que se nos ofrecen, no es fácil encontrar la alegría profunda y duradera. De hecho se ha convertido en un bien escaso. Vivimos en un mundo lacerado por profundas divisiones y rupturas, donde la abundancia de rostros sombríos son elocuente testimonio de la profunda tristeza que marca la vida de muchos. La falta de alegría es señal de enfermedad, de que algo no va bien en la vida de la persona.

El Papa Pablo VI, en un documento dedicado a la alegría, “Gaudete in Domino” (Alegraos en el Señor), hacía notar que “La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tienen otro origen. Es espiritual. El dinero, el confort, la higiene, la seguridad material no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza forman parte, por desgracia, de la vida de muchos”. La alegría puramente mundana es superficial, transitoria, vacía e incapaz de colmar de verdadero gozo el corazón humano. Y no puede ser de otra manera, pues está fundada en aspiraciones de poder, de tener y de placer, las cuales apartan al ser humano de lo más profundo de sí mismo y del recto sentido de su vida y, por tanto, de su plena realización personal.

“Estar siempre alegres” no es algo que surge por casualidad, ni es un puro sentimiento sensible, ni puede estar supeditado a “eventos placenteros” que vendrán o no. “Estar siempre alegres” supone una tarea, un ponerse manos a la obra para buscar, elegir y realizar aquello que realmente produce alegría. No se trata del entusiasmo pasajero, sino del gozo íntimo y profundo que, más allá de las circunstancias, nos acompaña en nuestro camino y nos permite estar siempre alegres, incluso en los momentos difíciles. La alegría no se impone desde fuera sino que brota de dentro, de un alma que, consciente de la propia trascendencia, se deja iluminar por los valores espirituales y los convierte en el faro que guía su existencia.

Para la fe cristiana, ese faro es Jesucristo. Para nosotros, Él es “la causa” de la plena alegría de los hombres. Por eso, San Pablo no dice simplemente “estad siempre alegres”, sino “estad siempre alegres en el Señor”. Cristo es la alegría del mundo y, consecuentemente, la alegría cristiana nace de la opción fundamental por el Señor Jesús, es fruto de una experiencia de fe en Él y de comunión con Aquel que es “el Camino que nos conduce al Padre, la Verdad que nos hace libres y la Vida que nos colma de alegría <(Cf. Jn 14,6 y Plegaria Eucarística 5/b).

Es muy difícil que una persona se encuentre con Cristo, experimente la salvación y descubra el amor de Dios, sin que su vida pase de la tristeza y el sin sentido al gozo pleno de descubrir la belleza de ser hijo de Dios. Diría que es imposible. Por eso, “para que nuestra alegría sea completa”, quienes hemos recibido esta experiencia como un don inmerecido, no podemos dejar de anunciarlo a los demás. Nos “arde en los huesos” el deseo de que todas las personas puedan disfrutar la grandeza de la Misericordia y del Amor de Dios que nosotros hemos conocido, creído y experimentado. Ese anuncio, lleno de coraje apostólico, de parresía y ardor interior, nace de la alegría que produce el Evangelio, se realiza con alegría y tiene como objeto el bien y la alegría del prójimo. Por naturaleza, los evangelizadores son “discípulos alegres” del Señor.

Para muchos de nuestros seminaristas, de ayer y de hoy, para la mayoría de los sacerdotes, el medio a través del que descubrieron el misterio de su vocación fue el testimonio de un sacerdote que vivía su ministerio con alegría y entusiasmo. La mejor campaña vocacional posible es el testimonio verdadero y gozoso de los sacerdotes. Gozo y alegría sostenida fielmente a pesar de las durezas del camino. Hermanos sacerdotes, supliquemos a Cristo, el Señor, el gozo pleno y verdadero de servirle en su presencia.

Queridos jóvenes diocesanos, especialmente aquellos que ya están confirmados o se preparan para la Confirmación: Todos somos conscientes de las dificultades que tienen para vivir fielmente el Evangelio. Pero, merece la pena conocer a Cristo y seguirlo. Él les necesita para amar al mundo y salvarlo de la profunda desesperanza y tristeza por la cual atraviesan muchos hombres y mujeres de hoy. Hacen falta sacerdotes, mensajeros de la paz y la alegría que nos da el Evangelio. No dejes de preguntar, ¿Señor que quieres que haga? ¿No estará pidiéndote un compromiso de mayor entrega y servicio a los demás? Pido a Dios por cada uno de ustedes para que conozcan y sigan la vocación a la que Dios les llama.

Queridos seminaristas: Hemos de ser muy humildes; si han sentido la llamada de Cristo y están en el Seminario no es por mérito propio. La iniciativa ha sido de Dios. La obra de la salvación es obra de Dios. Es una alegría sentirnos invitados a reproducir con nuestro ministerio, en medio de la gente, las palabras y la obra de Cristo. Mostrad a todos que, al ser llamados por Dios, “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Es precisamente ese gozo interior en la respuesta lo que nos empuja a anunciarle. “Estad siempre alegres en el Señor”.

La Diócesis debe mirar siempre al Seminario con esperanza y alegría. Cada fiel cristiano laico, consagrado o sacerdote, debe sentir el gozo de contemplar cómo Dios nos sigue amando en cada vocación al ministerio que se forma en el Seminario. Debemos apoyarlos con nuestro compromiso, con nuestra oración, con nuestra ayuda económica; porque Dios nos sigue manifestando su fidelidad a través del testimonio alegre de jóvenes que, obedientes a la voz de Dios, dejándolo todo, han comprometido su existencia en el seguimiento de Cristo. Una vocación sacerdotal es un tesoro. Es una semilla de la alegría del Evangelio que entre todos debemos cultivar para que produzca fruto abundante.

Dios les bendiga y les conceda gustar la alegría del Evangelio,

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense

2017-07-26T08:49:25+00:00noviembre 26th, 2015|De parte del Obispo|0 Comments
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