De parte del Obispo: Día de la Iglesia Diocesana – Noviembre 2005

//De parte del Obispo: Día de la Iglesia Diocesana – Noviembre 2005

<obispoCON GRATITUD Y AFECTO

En este Día de la Iglesia Diocesana escribo mi primer artículo de prensa después de que, el pasado cuatro de septiembre, fui ordenado obispo y ocupé la Sede Episcopal de San Cristóbal de La Laguna. Una práctica ésta, la de escribir en la prensa, que con tanta asiduidad y constancia ejerció mi querido antecesor monseñor Felipe Fernández durante catorce años. Un ejercicio que yo, sin pretender ponerme a su altura, pienso continuar siempre que pueda, contando con la generosa benevolencia de los editores de nuestra prensa local.

Quiero aprovechar este momento para reiterar, una vez más, mi gratitud a todos por la acogida que me están dispensado como nuevo Obispo de esta Diócesis Nivariense. Espero corresponder a tantas felicitaciones y muestras de afecto poniendo mi vida al servicio de todos y “haciéndome todo a todos” —como dice mi lema episcopal— para ganar cuantos más pueda para Cristo. De antemano pido disculpas porque, seguramente, no siempre estaré a la altura de lo que debo ser y de las expectativas que sé que muchos tienen con mi nombramiento. Soy consciente de que tengo mucho que aprender y espero, con la ayuda de todos y por el bien de todos, ser cada día más el obispo que Dios quiere que yo sea. En estos primeros días de mi ministerio pido, con palabras del Salmo 67, que “no se avergüencen por mí los que esperan en ti, Señor, y no sufran confusión por mí causa los que a Ti te buscan”.

De modo particular doy las gracias a todos los profesionales de medios de comunicación,  prensa, radio y televisión, por la abundante y acertada información sobre los acontecimientos vividos en nuestra Diócesis desde que el pasado veintinueve de junio se hizo público mi nombramiento episcopal. Sobresaliente fue la transmisión en directo de la ceremonia de ordenación que realizaron conjuntamente la Televisión Canaria y Popular Televisión, así como COPE y Radio EL DÍA, que permitió a miles de personas de toda Canarias seguir el acto sin perder detalle; y sobresaliente fue la cobertura de todos los periódicos, tanto el mismo día de la ordenación como el siguiente. Para todos, mi reconocimiento por su magnífico trabajo.

Han pasado ya dos meses desde que se produjo el cambio de Obispo y, con toda intención, estamos procurando que no se note. La inesperada interrupción del ministerio episcopal de mi predecesor, don Felipe Fernández, por razones de salud, se ha producido en un momento en que nuestra Diócesis tiene en marcha un Plan Pastoral vigente hasta 2007, lo mismo que numerosos proyectos de infraestructura, construcciones y restauraciones, que tenemos que llevar a su término. No podemos olvidar, igualmente, que desde 1999 estamos inmersos en la aplicación de nuestro primer Sínodo Diocesano. Tampoco que tenemos una Diócesis de una gran vitalidad, en la que más de 10.000 personas, entre sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, trabajan con gran dedicación y entrega en los distintos campos de la misión de la Iglesia: catequesis y enseñanza religiosa escolar, cáritas, liturgia, movimientos apostólicos, pastoral de enfermos, pastoral penitenciaria, apostolado del mar, pastoral de jóvenes, servicios parroquiales… Contamos también con un buen Seminario Diocesano y un Instituto Superior de Teología en el que, además de los seminaristas, estudian un buen número de laicos. Y todo ello sin dejar de mencionar que contamos, además, con una gran cantidad de fieles que viven una fe madura (libre, consciente y responsable), como se pone de manifiesto en tantas ocasiones y circunstancias.

Ante estas y otras realidades tan positivas, un Obispo que comienza no puede menos que dar gracias a Dios por encontrarse con una Iglesia Diocesana como la nuestra, en marcha y dispuesta a mejorar en todos los aspectos. Pero, al mismo tiempo, para un Obispo nuevo esas realidades son también una llamada a la responsabilidad, pues ha de velar para que no decaiga nada de lo bueno que ya tenemos. Por eso, de momento, no hay que esperar grandes novedades. Vamos a seguir trabajando como hasta ahora. Eso sí, procurando en cada circunstancia concreta, y de acuerdo con las líneas diocesanas, impulsar lo que va bien, corregir lo que va mal e instaurar todo aquello que debemos hacer y no estamos haciendo. Porque, en efecto, junto a tantos aspectos vitales de nuestra diócesis, tenemos también cosas que no van bien y es mucho lo que nos queda por hacer. Sobre todo, tenemos ante nosotros la enorme y difícil tarea de transmitir, a las nuevas generaciones la fe y los valores que hemos recibido.

Es lo que justamente nos recuerda el mensaje central del Día de la Iglesia Diocesana de este año: Los valores permanentes de la vida están en la Iglesia. Los transmite desde el principio al final de la vida. Los valores que todos más estimamos (amor, ternura, fe, bondad, solidaridad, paz, alegría, justicia, caridad, perdón, compromiso, libertad, oración, amistad, belleza…) son los que la Iglesia ha trasmitido siempre y quiere seguir transmitiendo para que, también hoy, los hombres y mujeres de nuestro tiempo descubran su propia dignidad y la de su prójimo.

Y es ahí donde hay que situar la gran aportación que la Iglesia hace a la sociedad. A veces, cuando oímos a algunas personas de relevancia pública hablar de la Iglesia, tenemos la sensación de que nos consideran un estorbo o una carga social. Como si los cristianos, o los creyentes en general, fuéramos un peligro para el normal desarrollo de la sociedad. Si acaso, se nos valora el hecho de que participemos en obras sociales, como una ONG más entre otras. Y eso es cierto, la Iglesia presta directamente un gran servicio a la ciudadanía, sean católicos o no, a través de sus miembros e instituciones. La mayor parte de las veces haciéndose presente donde nadie quiere estar, junto a enfermos, ancianos, desahuciados, presidiarios, drogodependientes, enfermos del sida, pueblos y barrios olvidados, atención a inmigrantes, cuidados de los más pobres en albergues y comedores… A todo lo anterior hay que añadir la tarea educativa en nuestros colegios y universidades. Se estima que estos servicios suponen un ahorro de miles de millones de euros a la hacienda pública. Pero no es sólo, ni principalmente, por eso por lo que debe ser valorada la Iglesia. 

Porque, sin descuidar nada de lo anterior, y juntamente con ello, lo más importante que la Iglesia hace hoy por la sociedad es anunciar Jesucristo y su mensaje. Convencidos de que en Jesucristo encontramos los creyentes —y los hombres de buena voluntad— el fundamento de los valores permanentes de la humanidad, lo damos a conocer abiertamente en homilías, charlas, catequesis, clases de religión, reuniones, publicaciones, medios de comunicación… en la seguridad de que con ello estamos sembrando de esperanza y de sentido la vida humana, y con la certeza de que eso tiene una repercusión en el bien de la sociedad mucho mayor que aquello que hacemos directamente con las obras sociales.

Es un error ponerlo todo bajo el parámetro de la funcionalidad o de la productividad material inmediata. Hay que recuperar y valorar la “ecología humana” —que implica una “ecología del espíritu” y tiene mucho de gratuidad y de “in-útil”— e invertir recursos, también económicos, en ella, si no queremos perecer víctimas de un concepto de la vida que limita al ser humano a un objeto de producción, de placer y de consumo, con sus secuelas evidentes de hastío y vacío existencial. El futuro de la sociedad no depende de las cosas sino de las personas y de que éstas sean educadas en valores. Es en este campo donde la Iglesia está llamada a realizar su gran aportación al futuro de la humanidad: insertar en el corazón humano los grandes valores que hacen que la vida se desarrolle con sentido y plenitud.

Para realizar toda esta labor, tanto social como espiritual, la Iglesia necesita de medios humanos y de recursos económicos como cualquier otra institución de la sociedad. Por eso, en la celebración anual de la Iglesia Diocesana, recordamos a todos los católicos el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, contribuyendo con generosidad en el mantenimiento de sus obras sociales y apostólicas. A los hombres y mujeres de buena voluntad les invitamos también a que colaboren con la Iglesia para que pueda transmitir los valores permanentes de la vida.

Lo dicho. De parte del nuevo Obispo, mi gratitud y afecto para todos.

 

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense

2017-07-26T09:02:24+00:00noviembre 8th, 2005|De parte del Obispo|0 Comments
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