CON MOTIVO DEL CENTENARIO Y LA REAPERTURA
DE LA SANTA IGLESIA CATEDRAL DE LA LAGUNA
“Entrad por sus puertas
con acción de gracias”
LA PENITENCIARIA APOSTÓLICA, por un mandato especial del Santísimo Padre Francisco, concede benignamente Indulgencia Plenaria, que pueden ganar una vez los fieles cristianos, también pueden aplicarla a modo de sufragio por las almas del Purgatorio, en el día en que, verdaderamente arrepentidos e impulsados por la virtud de la caridad, cumplidas debidamente las condiciones acostumbradas (Confesión sacramental, Comunión eucarística y Oración por las intenciones del Sumo Pontífice), visiten piadosamente en forma de peregrinación la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios y participen devotamente en alguna celebración sagrada o en algún ejercicio jubilar que tenga lugar en dicho templo, o, al menos, dediquen un prudente espacio de tiempo a alguna meditación piadosa, finalizando con el rezo del Padrenuestro, el Credo, e invocando a la Santísima Virgen María.
Los ancianos, enfermos y todos los que por causa grave no puedan salir de su casa, podrán ganar Indulgencia plenaria si, con el ánimo libre de todo afecto de pecado, y con la intención de cumplir, en cuanto les sea posible, las tres acostumbradas condiciones, ante alguna imagen de la celestial Patrona se unen espiritualmente a alguna celebración o peregrinación jubilar, ofreciendo sus enfermedades y las molestias de la propia vida al Dios Misericordioso por medio de María.
Así pues, para que la obtención del perdón divino mediante el poder de la Iglesia se haga más fácil como expresión de la caridad pastoral, esta penitenciaría ruega vivamente que el canónigo penitenciario, los capitulares y el clero Catedral se ofrezcan con ánimo pronto y generoso a celebrar el Sacramento de la Penitencia en el mismo Templo Diocesano.
Esta concesión sólo es válida por el tiempo del Año Jubilar Nivariense. Sin que obste ninguna otra disposición en contario.
Mauro, Cardenal Piacenza, Penitenciario Mayor
Cristóbal Nykiel, Regente.
“Entrad por sus puertas con acción de gracias”
AÑO JUBILAR
CON MOTIVO DEL CENTENARIO Y LA REAPERTURA
DE LA SANTA IGLESIA CATEDRAL DE LA LAGUNA
Queridos diocesanos:
Con motivo del “Centenario” y la “Reapertura” de nuestra Santa Iglesia Catedral, estamos convocados a celebrar un Año Jubilar, desde el 27 de abril de este año, hasta el 12 de abril de 2015, coincidentes ambas fechas con el Domingo de la Octava de Pascua, domingo de la Divina Misericordia. A lo largo del mismo, peregrinando a la Catedral, se podrá obtener el privilegio de la Indulgencia Plenaria que el Papa Francisco nos ha concedido por medio de la Penitenciaria Apostólica.
La palabra “jubileo” significa fiesta, alegría. La Catedral, que es la “iglesia madre” de la Diócesis, cumple 100 de su consagración y el pasado enero la hemos reabierto después de 12 años cerrada al culto. Por eso, la Iglesia Diocesana Nivariense se viste de fiesta, para dar gracias a Dios porque, ciertamente, “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.
Todos estamos invitados a “peregrinar” a la Catedral, no sólo a verla, sino para celebrar con alegría la obra de la salvación realizada por Dios a lo largo de la historia de nuestra diócesis. Venid a la Catedral y
“Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias a Dios y bendiciendo su nombre”
(Salmo 99).
UN AÑO JUBILAR PARA RENOVARNOS
Pero, esta alegría no es completa si, junto con la rehabilitación del edificio de la Catedral, no nos renovamos también nosotros, los que formamos la comunidad cristiana, que somos el verdadero templo de Dios, un edificio espiritual de piedras vivas. Todos los cristianos estamos llamados a ser templos del Espíritu Santo y, a imagen de Cristo, resplandecer con una vida agradable Dios. Y, si no es así, también nosotros necesitamos una restauración espiritual y moral.
Cuando todavía era muy joven y apenas había iniciado el camino de la fe, San Francisco de Asís, estando en oración en la iglesia de San Damián, oye la voz de Dios que le dice: “Francisco, reconstruye mi Iglesia, ¿no ves que se derrumba?”. Francisco tomó estas palabras en sentido material. Creyó que debía emprender la reconstrucción del templo de San Damián que estaba muy deteriorado y así lo hizo. Pero, unos años después se da cuenta de que las palabras oídas debe entenderlas en el sentido espiritual. Descubre que sólo podrá responder a llamada de Dios emprendiendo la reconstrucción espiritual de la Iglesia en el mundo entero, dedicándose al anuncio del Evangelio, dando ejemplo de humildad y pobreza, y encausando a otros a que den igual ejemplo.
Con frecuencia se dice que en la Iglesia hay muchas cosas que cambiar, que la Iglesia debe renovarse, ponerse a día, etc. De hecho la Iglesia, nos dice el concilio Vaticano II, por la debilidad de sus hijos, está siempre necesitada de purificación y ha de buscar incesantemente su renovación (cf. LG 8). Y también, en el decreto sobre Ecumenismo, afirma: “La Iglesia, peregrina en este mundo, es llamada por Cristo a una reforma permanente de la que ella, como institución terrena y humana, necesita continuamente” (UR 5).
Ahora bien, ¿qué es lo que hay que reformar? Por todos lados se oye preguntar: ¿Qué haría Vd. para cambiar la Iglesia? Hasta al Papa se lo han preguntado. Y él ya ha dado una primera respuesta. Lo hizo en la Vigilia de Oración de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro: “Una vez le preguntaron a la <Madre Teresa de Calcuta qué era lo que debía cambiar en la Iglesia, y para empezar, ¿por qué pared de la Iglesia empezamos? ¿Por dónde hay que empezar?: ‘Por vos y por mí’, contestó ella. Tenía garra esta mujer. Sabía por dónde había que empezar. Yo también, hoy, le robo la palabra a la Madre Teresa, y te digo ¿empezamos?, ¿por dónde? Por vos y por mí. Cada uno pregúntese, si tengo que empezar por mí, ¿Por dónde empiezo? Cada uno abra su corazón para que Jesús le diga por dónde tiene que empezar”.
Las cubiertas y la cúpula de la Catedral de La Laguna estaban corrompidas, cayéndose a trozos, y las hemos reconstruido. Ahora bien, de que nos vale tener una hermosa catedral si quienes nos reunimos en ella seguimos corroídos por el pecado y llevamos una vida cristiana deficiente.
SENTIDO DEL JUBILEO
Es bajo esta perspectiva, de la necesidad de “nuestra restauración personal”, que se entiende más plenamente el significado del JUBILEO. Sí, se trata de alegría y acción de gracias, especialmente, porque se nos ofrece la oportunidad de abandonar los caminos equivocados, de poner orden en nuestra vida, de curar las heridas y secuelas de va dejando en nosotros la mala vida que hemos llevado…, es pedir: “Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. No nos alejaremos de Ti, danos vida para que invoquemos tu nombre” (Salmo 79).
Se nos ofrece, por tanto, un tiempo de renovación y conversión, que implica necesariamente dos actitudes operativas: el arrepentimiento como consecuencia de haber tomado conciencia de nuestra condición de pecadores y el retorno a Dios con la firme voluntad de guardar sus mandamientos. Tenemos que destruir los ídolos que hemos puesto en lugar de Dios y darle el lugar que le corresponde en nuestro corazón. El Año Jubilar debe despertar en nuestra conciencia la necesidad que de Dios e impulsarnos a buscarle con alma, corazón, vida.
La celebración de los “años jubilares” se remonta al Pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, donde ya tenía el significado de celebrar el perdón de Dios y de renovación de la fe en Él. Es la alegría que viene de la fe y de saber que Dios es siempre fiel en su amor hacia nosotros y nunca nos abandona al poder del pecado, sino que compadecido tiende la mano a todos. Un año jubilar es, por así decir, hacer “borrón y cuenta nueva” porque Dios nos ama, nos perdona, nos regenera y con su salvación nos devuelve la alegría.
Para la Iglesia católica, el Jubileo es un gran suceso religioso. Es el año del perdón y de la remisión de las penas por los pecados, es el año de la reconciliación entre los adversarios, de la conversión y del sacramento de la reconciliación o de la penitencia y, en consecuencia, de la solidaridad, de la esperanza, de la justicia, del empeño por servir a Dios en el gozo y la paz con los hermanos.
Personalmente, para cada uno, el Jubileo es una experiencia de la misericordia de Dios en su vida y la comprobación de la capacidad de cambio que tiene la persona cuando corresponde, consciente y libremente, a la gracia divina. Cuando una persona está a punto de morir en un accidente o por una enfermedad grave, pero felizmente sobrevive y se salva, se suele decir que “volvió a nacer”. Pues bien, el Año Jubilar es un acontecimiento de salvación porque nos permite liberarnos de esos pecados y enfermedades espirituales que ponen en peligro nuestra vida cristiana. Con la gracia de Dios podemos ser espiritualmente curados, renacer y recuperar la frescura de una fe viva.
La Catedral “restaurada” es un signo, una pro-vocación a renovar nuestra vida cristiana, que es a lo que nos llama el Señor con la proclamación del Año Jubilar. Por medio de la Iglesia, nuestro Padre Dios, que no quiere que nadie se pierda, nos ofrece un año de gracia y de perdón, para que nosotros reconociendo nuestra miseria espiritual y moral, nos volvamos hacia Él. Es la oportunidad, en fin, de ser renovados y rejuvenecidos por el Espíritu Santo.
Con el Año Jubilar, una vez más, se cumplen entre nosotros las palabras de la Virgen María en el Magnificat: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. En efecto, con ocasión de esta efemérides, Dios Misericordioso nos ofrece, como pueblo suyo, un tiempo de gracia y reconciliación. El Padre nos alienta en Cristo para que volvamos constantemente a Él, obedeciendo más plenamente al Espíritu Santo y nos entreguemos al servicio de todos los hombres (cf. Pref. Plegaria de la Reconciliación I).
LOS SIGNOS DEL AÑO JUBILAR
Peregrinación a la Catedral. Todos estamos invitados visitar la Catedral, no como turistas, sino como peregrinos. Peregrinar es avanzar a través de un camino, hacia una meta. Nuestra vida en este mundo es sólo un paso hacia la eternidad. La vida es como un puente que tenemos que atravesar. En este mundo vivimos como quien va de paso.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “caminamos como peregrinos hacia la Jerusalén Celestial” (Catecismo, 1198) y señala que las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el cielo” (Catecismo, 2691). Es decir, nuestra vida, desde que nacemos hasta que morimos es una peregrinación de fe. Como dice San Pablo: “Caminamos hacia Dios, sin verlo, guiados por la fe” (2Cor. 5,6). Y en la liturgia de la Misa pedimos: “Y, cuando termine nuestra peregrinación por este mundo, recíbenos también a nosotros en tu Reino, donde esperamos gozar de la plenitud eterna de tu gloria” (Plegaria Eucarística V). La peregrinación evoca el camino personal del creyente siguiendo las huellas de Cristo: es ejercicio de ascesis laboriosa, de arrepentimiento por las debilidades humanas, de constante vigilancia de la propia fragilidad y de preparación interior a la conversión del corazón.
La puerta de los peregrinos. La peregrinación va acompañada del signo de la «puerta» de entrada de los peregrinos, que abrimos solemnemente al comienzo del Año Jubilar. Atravesar la “puerta de los peregrinos” es signo del paso que cada cristiano está llamado a dar: pasar del pecado a la gracia. Jesús dijo: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 7), para indicar que nadie puede tener acceso al Padre si no a través suyo. Hay un solo acceso que abre de par en par la entrada en la vida de comunión con Dios: este acceso es Jesús, única y absoluta vía de salvación. Es la Palabra que nos guía en el camino de la vida, la mano que Dios tiende a los pecadores, el camino que nos conduce a la paz.
La indicación de la «puerta de los peregrinos» recuerda la responsabilidad de cada creyente al cruzar su umbral para entrar al templo. El gesto concreto de pasar por aquella «puerta» significa confesar que Cristo Jesús es el Señor, fortaleciendo la fe en Él para vivir la vida nueva que nos ha dado. Es una decisión que presupone la libertad de elegir y, al mismo tiempo, el valor de dejar algo, sabiendo que así se alcanza la vida divina. Atravesar la puerta es tomarse en serio lo que dice un salmo que hemos colocado a la entrada de la «puerta de los peregrinos»:
Señor, ¿quién puede entrar en tu casa
y habitar en tu monte santo?
El que procede honradamente
y práctica la justicia;
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua;
el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino;
el que rechaza la maldad
y honra a los que temen al Señor;
el que cumple lo que prometió
aún en daño propio;
el que no presta dinero a usura
ni acepta sobornos.
El que así obra nunca fallará.
Los sacramentos. Decía Juan Pablo II, al convocar el Jubileo del Año 2000, “culmen del Jubileo es el encuentro con Dios Padre por medio de Cristo Salvador, presente en su Iglesia, especialmente en sus Sacramentos. Por esto, todo el camino jubilar, preparado por la peregrinación, tiene como punto de partida y de llegada la celebración del sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía, misterio pascual de Cristo, nuestra paz y nuestra reconciliación: éste es el encuentro transformador que abre al don de la indulgencia para uno mismo y para los demás”.
Obras de misericordia o caridad. Uno se los aspectos del Año Jubilar, que ya estaba presente en tiempos del Antiguo Testamento, era el restablecimiento de la justicia que había sido dañada y la ayuda a los empobrecidos y necesitados. A este respecto decía Juan Pablo II: «Las riquezas de la creación se debían considerar como un bien común a toda la humanidad. Quien poseía estos bienes como propiedad suya era en realidad sólo un administrador, es decir, un encargado de actuar en nombre de Dios, único propietario en sentido pleno, siendo voluntad de Dios que los bienes creados sirvieran a todos de un modo justo. El año jubilar debía servir de ese modo al restablecimiento de esta justicia social» (TMA, n.13).
Por eso, el amor fraterno y solidario, propio de una vida auténticamente cristiana, debe ser una de las expresiones más significativas de nuestra vivencia del Año Jubilar. En este sentido se pueden poner en práctica diversas obras de misericordia:
- Visitar periódicamente, durante un tiempo conveniente, a hermanos necesitados o que atraviesan dificultades (enfermos, presos, ancianos solos, discapacitados, personas dependientes, etc.), “como quien hace una peregrinación” hacia Cristo presente en ellos.
- Apoyar con un donativo significativo obras de carácter religioso o social (en favor de la infancia abandonada, de la juventud en dificultad, de los ancianos necesitados, de quienes están en paro, de los inmigrantes, etc).
- Dedicar una parte conveniente del propio tiempo libre a actividades útiles para la comunidad u otras formas similares de sacrificio personal. Incorporarse como voluntario en proyectos de Cáritas u otras organizaciones que se preocupan por la atención a las personas necesitadas.
EL DON DE LA INDULGENCIA PLENARIA
La “indulgencia” consiste en la reconciliación o perdón abundante y generoso, derramado sobre los que se convierten e imploran la remisión total de sus culpas y la restauración de sus vidas y personas. Como nos enseña la Iglesia, en el pecador reconciliado permanecen algunas consecuencias del pecado, que necesitan curación y purificación, para que las secuelas del mal no le arrastren de nuevo a la desobediencia de los mandamientos del Señor.
En éste ámbito adquiere relevancia “la indulgencia”, se restañan las heridas (tendencias hacia el mal) que los pecados cometidos dejan en nosotros y nos libera de lo que llamamos “pena temporal”. La purificación que nos reporta “la indulgencia” nos dispone a perseverar en la comunión con Dios y nos deja más dispuestos al bien y más libres para realizarlo. Es algo así como hacer unos “ejercicios de rehabilitación espiritual”.
Cualquier “indulgencia” que, con su autoridad, concede el Papa a los fieles, es un verdadero tiempo de gracia y salvación que Dios nos otorga, pues forma parte del “poder de las llaves” que el Señor concedió a Pedro y sus sucesores: “lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt. 16, 19).
Por tanto, aquí se cumple lo que nos promete el Señor por boca de San Pablo: “En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación” (2Cor. 6,2). Haciendo mías las palabras del propio San Pablo, les digo: “como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! (2Cor. 5, 20).
Para vivir plenamente “este año de gracia del Señor” la Iglesia, que es la depositaria de la gracia de Cristo, nos concede esta especial “Indulgencia Plenaria”, y fija las condiciones para recibirla:
1) Excluir del corazón cualquier apego al pecado. Es bueno renovar las renuncia a Satanás, a sus seducciones y a sus obras.
2) Confesarse y comulgar, el mismo día o unos días antes o después de realizar la peregrinación.
3) Peregrinar durante el tiempo del Año Jubilar, comunitaria o individualmente, a la Santa Iglesia Catedral, con la intención de ganar la indulgencia, entrando por la “puerta de los peregrinos” y participando en alguna celebración litúrgica o, al menos, dediquen un prudente espacio de tiempo a alguna meditación piadosa, finalizando con el rezo del Padrenuestro e invocando a la Santísima Virgen María.
4) Profesar la fe, rezando el credo y hacer una oración por el Papa y sus intenciones.
5) Aunque el don de la Indulgencia Plenaria puede recibirse privadamente, es más expresivo eclesialmente participar comunitariamente en peregrinación. Por ello, es aconsejable la participación en la Misa del Peregrino que se celebra en la Catedral todos los días a la una de la tarde.
6) Compromiso concreto de realizar algunas obras de caridad y de penitencia. Una buena forma o disposición personal sería abandonar cosas superfluas y vivir más austeramente en beneficio de los pobres, dedicar parte de nuestro tiempo practicando las obras de misericordia, etc.
Realizando estos pasos, necesarios para obtener personalmente el don de la Indulgencia Plenaria, expresamos nuestra voluntad de seguir a Cristo, apartándonos del pecado y sirviéndole con santidad y justicia. Como rezamos en el Salmo 50, debemos querer y pedir con perseverancia: “Oh Dios crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu Santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso”.
UN AÑO JUBILAR CON PROYECCIÓN EN EL FUTURO
El Año Jubilar no es un paréntesis en la vida de la nuestra Iglesia Diocesana, ni es un mero evento para hacer cosas diferentes, novedosas o llamativas. Por el contrario, debemos verlo como un tiempo fuerte y privilegiado de presencia del Señor, de trabajo interior que ayude a revisar, purificar y potenciar la vida de la Iglesia diocesana. Por eso es muy conveniente volver a experimentar la misericordia de Dios a través de este “año de gracia” que ha de vivirse como una intensa experiencia cristiana de renovación, personal y comunitaria, parroquial y diocesana
La celebración del Año Jubilar, al que estamos convocados todos los que formamos la Diócesis Nivariense, es una respuesta adecuada para esta hora de la Iglesia y de la sociedad, en la que se nos exige una renovación espiritual y moral profunda, para ser más eficazmente sacramento o signo de la íntima unión con Dios y de unidad de todos los hombres.
Para conseguirlo haremos bien en guiarnos por la exhortación que nos ofrece la Palabra de Dios en la segunda carta de San Pedro: “Poned todo empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el amor. Estas cualidades, si las poseéis y van creciendo, impiden ser remisos e improductivos en la adquisición del conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. El que no las tiene es un cegato miope que ha echado en olvido la purificación de sus antiguos pecados. Por eso, hermanos, poned cada vez más ahínco en ir ratificando vuestro llamamiento y elección. Si lo hacéis así, no fallaréis nunca, y os abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2Pe. 5,1-11).
Para que la gracia del Año Jubilar no caiga en saco roto, tenemos que acudir a la Santa Iglesia Catedral con el corazón arrepentido y regresar después a casa, a nuestros quehaceres y trabajos, a nuestras parroquias y comunidades, con el corazón renovado por la gracia de Dios, con la certeza de haber recibido amor de Cristo y el gozo de ser sus discípulos. Así será un año de renovación espiritual y en cada uno se realizará la salvación obrada por Cristo, que se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y nos enseñó a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevando a partir de ahora una vida sobria, honrada y religiosa (cf. Tit. 2,11-14).
UN AÑO JUBILAR PARA TODOS
La proclamación del Año Jubilar es una buena noticia para toda la Diócesis, “es como la invitación a una fiesta de boda”, decía Juan Pablo II, pues se trata del anuncio del “Año de Gracia del Señor”, algo que nos interesa a todos personalmente. La gracia de Dios no sólo perdona los pecados, sino que sana hasta la raíz misma del pecado y penetra en el corazón, lo transforma y nos da la libertad de los hijos de Dios.
Que nadie se sienta excluido o piense que esto no tiene que ver con él. De todos los lugares de la diócesis debemos peregrinar a la Santa Iglesia Catedral para orar por el Papa y la Iglesia Universal, también, por el Obispo y la Iglesia diocesana, así como para obtener las gracias y beneficios espirituales que en forma de Indulgencia Plenaria el Santo Padre nos concede para esta ocasión.
Nos acogemos a la protección del Santo Hermano Pedro, de San José de Anchieta y de los Beatos Mártires de Tazacorte. Que el ejemplo de sus vidas nos estimulen en el seguimiento del Señor y que nos ayuden con sus intercesión para ser como ellos, verdaderos discípulos y misioneros en el mundo que nos ha tocado vivir.
Ponemos, también, nuestra mirada en la Virgen María, que nos acompaña siempre en nuestro camino y que, con su intercesión, ha sido y es siempre para nosotros verdadera Señora de los Remedios y Patrona de Nuestra Diócesis. No dejemos de confiar en Ella, procuremos conocerla mejor como modelo de vida cristiana e invocarla como Madre de nuestra reconciliación: “ruega por nosotros pecadores“.
Con el deseo de que quienes participen en este Año Jubilar del Centenario de la Santa Iglesia Catedral lo hagan con fe y amor, con un profundo deseo de renovación y con un corazón disponible a la voluntad de Dios.
De todo corazón les bendice,
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense